Sobre la obra ética y estética del quehacer arquitectónico
El siguiente texto es una adaptación de la ponencia presentada en ocasión del conversatorio interdisciplinar ‘Ética y estética del hábitat humano: Diálogos entre Arquitectura y Filosofía’, organizado por el Centro de Estudiantes de la carrera de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Boliviana ‘San Pablo’
La Arquitectura sabe muy bien qué es la arquitectura; tal vez demasiado bien pues está ocupada con su quehacer arquitectónico. La virtud de la Filosofía es más bien aquella holgura que le permite observar y hacer preguntas. Puede asistir a la Arquitectura preguntando: ¿qué es lo que hace ella cuando se ocupa con su quehacer arquitectónico?
Por lo pronto, diremos que construye el hábitat humano. ¿Qué relación, pues, tienen la ética y la estética con este construir? ¿Qué nos dice ella respecto de lo que hace la Arquitectura?
Detengámonos en las palabras. De entrada, indicaré rápidamente lo que no son esas palabras para mis propósitos. Por «ética» no entiendo un conjunto de prescripciones normativas sobre la conducta moral del hombre ni su estudio. Y por «estética» no entiendo una categoría genérica para estilos artísticos en relación a la disposición de formas y materiales para la realización de una idea de belleza; y tampoco entiendo por ella una cualidad genérica referida a lo bello.
Mi intención es preguntar por aquello que el origen de estas palabras tiene que indicarnos respecto de nuestra cuestión. Es necesario remitirnos a los antiguos griegos.
Por las indicaciones de José Luis Aranguren sabemos lo siguiente. La palabra griega de la que derivamos «ética» es êthos. En un sentido fundamental desarrollado por Aristóteles, quiere decir «carácter» o «modo de ser»; es decir, disposición que el hombre tiene frente a la vida y que le hace ser y ejecutar su vida de tal o cual modo. Es algo que no puede eludir y que orienta el modo en que es. Hace referencia al lugar desde donde un humano es como es. Este desde es como un suelo firme del que brotan los actos humanos. El êthos es, así, el fundamento de toda praxis. Precisamente, en un sentido aún más antiguo, êthos significaba «lugar donde se habita», «residencia», «morada». Aristotélicamente podemos entender este lugar de habitación en referencia al alma como ámbito del carácter del hombre respecto de sí mismo y del mundo. Lo particular de este lugar interno es que es susceptible de formación y transformación, de construcción y remodelación. Tal es el sentido al que nos referimos al hablar de una formación ética ya que êthos no solamente se refiere a un lugar desde donde ser de tal o cual modo, sino también al resultado de aquel suelo el cual llamamos carácter o modo de ser. Éste se logra, como indicó famosamente Aristóteles, a través de la repetición continua de ciertos actos que constituyen un hábito.
Ahora bien, esta formación o construcción no es una adquisición que se realiza sobre un lienzo en blanco: el alma no es tal. El êthos no se constituye puramente por la operación volitiva del hombre sobre sí mismo, sino que actúan sobre él todas las cosas que están en su entorno, aquellas que, como dice Aristóteles, son, de cierto modo, la propia alma.
El modo en el que el hombre se dispone por naturaleza a su vida y anteriormente al êthos es su estado de ánimo, su talante, su disposición afectiva. Ésta se constituye en virtud de la facultad estética que posee, a través de la cual padece, sufre y es afectado por las cosas que le rodean. En un sentido fundamental, la estética hace referencia a la sensación como facultad perceptiva que permite al hombre ser sensible ante las cosas para que éstas impriman en su alma su presencia: para marcar un carácter natural y anímico, un páthos, sobre el cual construir un êthos desde donde realizar los actos.
El páthos que es dado prefigura el êthos construible porque nos encontramos siempre afectados por las cosas de nuestro entorno. Diríamos: la situación estética del hombre condiciona su formación ética.
Pero ¿no decíamos acaso que lo que la Arquitectura hace es construir el hábitat humano? Este hecho extrañísimo y discutible —la alteración técnica del medio— adquiere una significación profunda luego de nuestras consideraciones etimológicas.
Pues al no estar dado por completo el medio del hombre, el estado anímico estético que lo condiciona éticamente es susceptible de ser construido y alterado, tal como sucede con la formación de su êthos. El lugar desde donde es y se enfrenta a la vida es susceptible de su acción en un doble sentido: como carácter interior por esfuerzo ético y como estado y talante anímico constituido externamente por afectación estética de las cosas.
Parece que construir el hábitat humano es un quehacer que supera el mero ámbito de la construcción. Lo que la Arquitectura hace fundamentalmente no está referido al ordenar de cierta forma una serie de materiales. Tampoco se ocupa de la ideación de la forma que vayan a adquirir esos materiales: no se limita a diseñar el resultado de una construcción.
Lo que primordialmente hace es establecer el principio desde el cual el hombre puede ser según tal o cual modo. Establece un principio estético por el cual las cosas de un medio construido afectan sensitivamente el estado de ánimo. Y, así, establece un principio ético en cuanto el carácter del hombre es formado por encima de aquella disposición natural estética.
Tal es el sentido de principio que carga de una responsabilidad sin par al arquitecto y que yace en la palabra misma. En griego, pues, «arquitecto» es el téktōn de un archḗ: es el productor de un principio. Por principio debemos entender aquello que da origen, que causa y ocasiona que algo se dé de tal o cual manera al establecer los límites de lo que puede tener lugar. Pero no pensemos que el principio es sólo un inicio discreto y puntual. Se trata más bien de aquello que gobierna continuamente sobre algo y que instaura sus posibilidades de cambio y perfección. Pues los ambientes de un edificio o las calles que alguien frecuenta afectan estéticamente el talante de manera continua y repetida, afectación que es análoga de la repetición de actos que constituyen los hábitos éticos de un carácter.
En fin, al estar frente a una obra arquitectónica, no estamos frente a un mero diseño hecho realidad física palpable. Si hemos de aceptar que la arquitectura está en los lindes del arte, tal obra nos presenta un principio en ejecución, una realidad ejecutiva que nos hace patente el lugar de una intimidad y el paciente de la ejecución. Es por eso que, a mi parecer, bien podríamos decir que la obra arquitectónica no es meramente un edificio, sino que es el hombre en y desde ese edificio. De esa manera, ética y estéticamente, el quehacer de la Arquitectura es el quehacer que se ocupa de las posibilidades del modo de ser del humano.
Rodrigo Alejandro Solares Acevey
Es estudiante de Filosofía y Letras de la UCB