Esther Vivas: 'Si el feminismo no defiende a las madres y a las criaturas, ¿quién lo va a hacer?'
La autora catalana desgrana los dilemas que aparecen en la convergencia de feminismo y maternidad. Su libro 'Mamá desobediente' ha sido publicado en Bolivia por la Editorial El Cuervo
“He aquí esa maternidad feminista, desobediente e insumisa que tanta falta nos hace”.
Esta frase con la que Esther Vivas, periodista y socióloga catalana, cierra el prólogo a la edición argentina de Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (publicado en Bolivia por la Editorial El Cuervo) aparece como la línea más certera para presentarla.
Considerada una de las —sino LA— biblias para madres feministas, esta obra sumamente abarcativa que es un poco autobiografía, un poco ensayo, un poco catarsis, un poco manifiesto, y mucha, muchísima, investigación sobre diversos temas —principalmente tabúes o menos expuestos— se ocupa de esta relación, en ocasiones compleja, entre feminismo y maternidad.
Cuando publicó este libro —en 2019 en España, en 2020 en Argentina, Chile, Colombia, Uruguay y Bolivia y en 2021 en México, Puerto Rico, Brasil y Perú— que se transformaría en un best seller, con el que traspasó fronteras, Vivas ya contaba varias obras en su haber. En ellas aborda diversos problemas sociales de nuestra época, como lo que sucede con el sistema agrícola y alimentario, los circuitos de producción y distribución de alimentos, la globalización.
Venía vinculándose como activista, desde fines de los 90, a diferentes movimientos sociales antiglobalización, antiguerra, y fue mediante la participación en estos espacios que comenzó a estar en contacto con feministas de generaciones anteriores que le legaron la bandera: le mostraron la importancia de luchar por los derechos de las mujeres.
Cuando se convirtió en madre un interrogante se le vino encima y se volvió insoslayable: “¿Cómo puede ser que a pesar de haber participado en tantos movimientos sociales nunca nadie haya hablado de la maternidad?”.
Si había escuchado algo al respecto eran comentarios con connotación negativa. Fue ahí cuando se sintió huérfana de conocimiento; encontró un agujero negro informativo, un agujero del que quienes se sumergían salían en silencio o repitiendo un discurso romántico impuesto que en nada se parecía a la vida real. Y se dispuso a sacar a la luz lo que realmente había allí dentro. En 2015 comenzó a reflexionar y escribir, desde una perspectiva feminista, sobre todos esos aspectos invisibilizados de la maternidad como la infertilidad, la violencia obstétrica, el duelo gestacional, la lactancia, los derechos de las madres. Y a interpelar al feminismo diciéndole que estas luchas también eran suyas.
A “estos encuentros y desencuentros” entre maternidad y feminismo les dedicará el próximo libro en el que ya se encuentra trabajando y sobre el que, quizás, cuente algo más personalmente, ya que planea una gira por México, Argentina y Uruguay para fines de este año.
—¿Qué le falta al vínculo entre feminismo y maternidad para consolidarse? ¿Por qué todavía cuesta, en algunos ámbitos y sectores, unir estas dos esferas?
—Históricamente la relación entre maternidad y feminismo ha sido muy compleja porque el patriarcado se ha apropiado de la experiencia materna y nos ha impuesto la maternidad como destino único. Contra este mandato se rebelaron las feministas de la segunda ola, de los años 60 y 70, cuando reivindicaron el acceso a métodos anticonceptivos, a decidir sobre sus cuerpos, el derecho al aborto; y en este rebelarse se cayó en cierto discurso antimaternal y antirreproductivo por parte de amplios sectores del feminismo. Nosotras somos herederas de esta tradición y este rechazo a la maternidad, en ese contexto, se entiende como el rechazo ante el mandato patriarcal de ser madre, pero creo que hoy nos encontramos en otra situación. Hoy hay una nueva generación de mujeres nacidas en los años 70, 80, 90, que gracias a la lucha de las feministas que nos precedieron hemos podido decidir en buena medida si ser madres o no. Y esto nos permite mirar a la maternidad con menos prejuicios y distinguir lo que es el mandato de lo que es la experiencia materna libremente elegida. Es aquí donde hay que señalar que hay que acabar con este mandato de la maternidad pero también hay que reivindicar el derecho a tener criaturas si así lo deseas y el derecho a tener una maternidad gozosa, con placer, con derechos. ¿Qué le falta, tú preguntabas, a esta relación entre maternidad y feminismo? Yo diría que le faltan menos prejuicios. Creo que históricamente han habido muchos prejuicios a causa de este secuestro que el patriarcado ha hecho de la experiencia materna, y que aún al día de hoy arrastramos una parte de esta herencia y este malestar. El reto está en distinguir entre la imposición de la maternidad y el mandato de la experiencia.
—Algo que también sucede es que hay demasiada confusión con respecto a los derechos y las reivindicaciones de los feminismos, en muchos sectores. Por ejemplo, en Argentina, cuando se dio la lucha por la Ley IVE, la interrupción voluntaria del embarazo, se decían cosas absurdas como que si apoyabas el aborto odiabas a los niños o a las madres y claro que no pasa por ahí. No sé si influye el factor generacional pero creo que hay mucho por reflexionar y desenredar aún respecto a lo que se busca con los derechos que perseguimos, que tienen que ver con esto que decís: tener una maternidad deseada, que también pueda ejercerse con activismo, si se quiere, y que sea incluida por el feminismo.
—Yo creo que hay, por un lado, un tema generacional, que es lo que te comentaba: el feminismo de los 60 y 70 tenía una relación, en general, distinta con la maternidad de la que existe hoy con la nueva generación de mujeres feministas. Y tiene mucho que ver con que las feministas de esos años tuvieron que dialogar con una maternidad que, básicamente, estaba en manos de un mandato patriarcal, respondía a un destino único. De aquí que, muchas veces, la negación de la maternidad fuese una respuesta a este mandato, sin entrar a mirar más allá de lo que significaba ser madre. Es decir, aquellas feministas, en buena medida, redujeron la maternidad a ese mandato debido al uso que el patriarcado ha hecho históricamente de lo que significa ser madre y cómo lo ha utilizado como una experiencia para controlar el destino y el cuerpo de las mujeres. En la actualidad, en esta nueva ola feminista que hemos visto en los últimos años, con las grandes marchas y huelgas de mujeres a escala mundial, se ha dado lugar a una nueva generación de mujeres feministas. Y en ese contexto esas mujeres permitieron hablar de una serie de temas que hasta hace relativamente poco eran tabúes como el placer sexual en clave feminista, la menstruación, el climaterio, la maternidad, todos aspectos que forman parte de nuestra experiencia como mujeres. Esto permite que el feminismo hoy dialogue con la maternidad desde otro lugar, que tiene mucho que ver con todo aquello que ganamos gracias a la lucha de las feministas que nos han precedido.
—Entonces, ¿qué pensás que deberían hacer los feminismos, al margen de disminuir o erradicar los prejuicios, para terminar de incluir o abrazar a las maternidades?
—Yo creo que desde el feminismo hay que disputar un relato con los sectores conservadores y reivindicar la maternidad como una cuestión de derechos. Porque, además del elemento generacional, cuando hablamos de maternidad hay también elementos ideológicos: la maternidad tradicionalmente y aún al día de hoy es un tema del cual se han apropiado los sectores más reaccionarios y conservadores. Ellos dicen defender la familia, defender a las madres, cuando en realidad lo que hacen es defender un modelo de familia donde no se tiene en cuenta la pluralidad de modelos familiares, y un modelo de maternidad donde tú no puedes decidir sobre tu cuerpo, no puedes decidir sobre esta experiencia materna, se te reduce como mujer a madre; por lo tanto es una falacia cuando los sectores conservadores se erigen en defensores de la familia y de la maternidad. El derecho al aborto es la premisa imprescindible para una maternidad libremente elegida, ya que sin él se nos impone la maternidad en la medida en que se nos prohíbe decidir sobre nuestro cuerpo. Por eso creo que tenemos que reivindicar una maternidad feminista, una maternidad donde yo, como madre, me defino como sujeto político, como sujeto de derechos. Una maternidad que desafía a la maternidad patriarcal y tiene un componente contrahegemónico muy importante que se da cuando yo, como mujer madre, reivindico decidir sobre mi embrazo, sobre mi parto, sobre mi lactancia, sobre el aborto.
—Lo que describís podría ser algo así como la definición de una maternidad feminista.
—Una maternidad feminista es la que pone en cuestión el relato patriarcal que ha habido de la maternidad. Por eso creo que cuando tú hablabas de confusión, lo que hay es una cuestión generacional y una cuestión que tiene que ver con una apropiación ideológica que los sectores más conservadores han hecho de la maternidad y, desde el feminismo, desde los sectores de izquierdas, progresistas, hay que disputar este relato porque si nosotros no lo reivindicamos dejamos a las madres en manos de sectores que nos imponen la maternidad, que reducen a la mujer a madre, que no nos dejan decidir sobre nuestro cuerpo. Y no lo podemos permitir. Creo que es fundamental, entonces, defender la maternidad desde el feminismo porque si el feminismo no defiende a las madres y a las criaturas ¿quién lo va a hacer? Si el feminismo no defiende los derechos de las madres nos deja en manos de estos sectores que los violan y vulneran.
—Y sin embargo, muchas veces, una persona que se considera feminista sigue sintiendo culpa o se sigue sintiendo en falta por escoger criar a sus hijos e hijas aunque esto signifique no poder atender otras actividades como asistir a marchas o incluso postergar el regreso al trabajo remunerado que también nos brinda autonomía. Como si el feminismo no fuese también elegir cómo ejercer nuestra maternidad.
—En relación a esto, yo hablaba de que hay que disputar el relato de la maternidad a los sectores conservadores, que hay que disputar el relato de la maternidad al patriarcado, pero también hay que disputar el relato de la maternidad al capitalismo. Vemos que la sociedad da la espalda a todo lo que significa cuidar, a la vulnerabilidad, a la dependencia humana y todos estos elementos no solo son intrínsecos a nuestra especie, sino que son intrínsecos a lo que significa maternar. Aquí encontramos también discursos por parte de ciertos sectores feministas liberales que supeditan la maternidad a lo productivo, al empleo, y creo que es importante cambiar la mirada y cuestionar el relato capitalista que dice que lo más importante es producir, que lo más importante es aquello que tiene valor económico. Hay que colocar a los cuidados en el centro.
—Como si la maternidad no fuera por sí misma un trabajo productivo.
—Claro, al final hay una vulneración sistemática de los derechos de las madres y los derechos de las infancias porque no se nos considera productivas: los bebés no son productivos, las criaturas no son productivas al mercado, a la economía —y esto lo hemos visto en la pandemia sanitaria en la que los sectores que más han visto vulnerados sus derechos han sido las infancias y las personas mayores porque se considera que no aportan, desde una lógica capitalista—. Lo que creo que explica el por qué de la vulneración de los derechos de las infancias y de las violencias y las discriminaciones que sufrimos como madres. Es aquí donde también hay que plantear la importancia del trabajo de cuidados y la importancia de la maternidad entendida no como una responsabilidad única de la mujer madre sino, en primer lugar, si hablamos de parejas heterosexuales, como una responsabilidad de la madre y del padre en relación a la crianza y al cuidado físico y mental de las criaturas por parte de esa pareja. Pero incluso más allá hay que apelar a la responsabilidad social en relación a la maternidad y a la crianza. Estamos hablando de respetar a las infancias que son personas con plenos derechos y son consideradas, en cambio, ciudadanos de segunda. Y al mismo tiempo estamos hablando de criaturas que serán los adultos del día de mañana y todo esto debería conllevar una responsabilidad social que, en cambio, se omite.
—Vemos que queda mucho terreno por disputar. Dentro de esto también está la necesidad de que los feminismos promuevan la elección en todos los sentidos, porque algo que se da mucho es este mensaje de la mujer empoderada, que está buenísimo, pero a veces se traduce en el nuevo mandato de que la mujer tiene que, justamente, poder todo: ser una superwoman que haga malabares con la crianza, con la casa, con la vida social, con la vida familiar, con el trabajo remunerado. Y no hay ser humano que pueda con todo a la vez. Es imposible. Y eso nos genera mucha culpa y frustración: nunca llegamos al ideal.
—La culpa es una constante que nos persigue como madres, que tiene mucho que ver con esta imagen falsa de la maternidad que nos han vendido. Se alimenta de un ideal de maternidad en el cual nos miramos donde tenemos que ser la mamá perfecta, la que nunca se equivoca, esa madre abnegada que ya fueron nuestras abuelas, pero al mismo tiempo tenemos que ser una superwoman que llegue a todo, tenemos que ser una profesional competente y si puedes ser una profesional de éxito, mejor. El ideal materno se mueve entre un ideal patriarcal y un ideal neoliberal de maternidad y todo esto no responde a la experiencia real. De aquí que es tan importante reivindicar lo que sí lo es: ser madre significa equivocarse, fracasar, no llegar a todo y más en una sociedad que es hostil a la experiencia materna y a la crianza. Ser madre implica no poder decidir muchas veces en relación a tu embarazo, en relación a tu parto, en relación a tu lactancia, en relación a tu postparto. Implica a menudo vivir un parto traumático, fruto de una violencia obstétrica que es estructural en la atención sanitaria de los nacimientos. Implica, a lo mejor, perder a tu hijo, que tu hijo muera en tu vientre o tener una criatura que tiene diversidad funcional. Ser madre implica que te juzguen constantemente, que no se tenga en cuenta tu salud mental, que se suponga que siempre has de estar feliz y enamorada de tu bebé. Implica conciliar tu maternidad con una organización social y laboral que es contraria a la experiencia de ser madre, con unas licencias insuficientes para recuperarte de tu postparto, con un sistema que boicotea la lactancia materna si deseas dar el pecho a tu bebé.
—Todo eso.
—Y entenderlo es imprescindible para reconciliarnos con lo que realmente significa ser madre y comprender que la ambivalencia forma parte intrínseca de la maternidad, que es luces y sombras. Solo si hablamos de esta maternidad real las madres podremos sentirnos a gusto y percibir que aquello que estamos transitando es la maternidad, no lo que nos han venido. Hay que visibilizar este lado oscuro y reivindicar, en consecuencia, los derechos de las madres en todos estos ámbitos porque si no estos se convierten en privilegios: si los derechos a un parto respetado, a una lactancia materna satisfactoria, no están garantizados se convierten en privilegios de esas mujeres que nos lo podemos permitir. Y lo que vemos es que la violencia obstétrica, la discriminación a las madres, es aún mayor entre las mujeres racializadas, empobrecidas, entre quienes tienen una identidad de género disidente. Por lo tanto hay que defender los derechos de las madres para que todas podamos tener una maternidad placentera libre de violencias.
Ariana Budasoff/Infobae