Cita de un crimen pasional
‘El lugar de la otra’, de la cineasta Maite Alberdi, es la película elegida por Chile para los Oscar y acaba de incorporarse al catálogo de Netflix
En 1941, María Luisa Bombal (Chile 1910 – 1980), la autora de La amortaja, ese relato sobre una mujer que cuenta su vida desde el ataúd donde la están velando, caminó por la vereda del conocido Hotel Crillón en Santiago, esperó que saliera uno de sus ex fracasos amorosos, Eugenio Sánchez, y le disparó tres veces. Solo una de las balas lo alcanzó en el brazo y fue acusada de intento de homicidio. Diría más tarde: “Al matarlo mataba mi mala suerte, mataba mi chuncho”. Pasó unos cuantos meses en la cárcel y luego fue absuelta porque el herido la eximió de toda culpa.
Catorce años después, en la misma locación, como si fuera una escena de cine, otra prometedora escritora chilena toma su lugar. María Carolina Geel (1913-1996) se encuentra con su pareja en una mesa, esta vez, dentro del lujoso y concurrido Hotel Crillón. Allí, luego de intercambiar unas palabras, la mujer se para, saca del bolsillo de su abrigo una pistola y dispara contra su amor, Roberto Pumarino; cinco veces, una bala por cada año que pasaron juntos. Le dispara sin motivo aparente y, con menos suerte que Bombal, mata en el acto a aquel que la idolatraba y quería casarse con ella. Pasa un tiempo en la cárcel por asesinato. Luego, como la Bombal, Geel fue absuelta por un indulto del presidente solicitado por la poeta “más importante de Chile”, Gabriela Mistral.
Esta escena, en el restaurant del Crillón, parece dictada por la misma Bombal en La amortajada, cuando escribe el estado emocional de la protagonista: “¡Oh, la tortura del primer amor, de la primera desilusión! ¡Cuando se lucha con el pasado, en lugar de olvidarlo! Así persistía yo antes en tender mi pecho blando, a los mismos recuerdos, a las mismas iras, a los mismos duelos.
“Recuerdo el enorme revólver que hurtó y que guardaba oculto en mi armario, con la boca del caño hundida en un diminuto zapato de raso. Una tarde de invierno gané el bosque. La hojarasca se apretaba al suelo, podrida. El follaje colgaba mojado y muerto, como de trapo”. Luego siguen las indicaciones precisas de la descarga de esa emoción, de esa confusión y fría determinación en las balas: “Muy lejos de las casas me detuve, al fin; saqué el arma de la manga de mi abrigo, la palpé, recelosa, como a una pequeña bestia aturdida que puede retorcerse y morder —una bestia viva, el arma—. Con infinitas precauciones me la apoyé contra la sien, contra el corazón.
“Luego, bruscamente, disparé contra un árbol. Fue un chasquido, un insignificante chasquido como el que descarga una sábana azotada por el viento. Pero, oh Ricardo, allá en el tronco del árbol quedó un horrendo boquete desparejo y negro de pólvora.
Mi pecho desgarrado así; mi carne, mis venas dispersas… ¡Ay, no, nunca tendría
ese valor!”.
Bombal y Geel sí que tuvieron ese valor, porque tenían la escritura. La escritora con una mente indescifrable y polémica que era Geel nunca dijo por qué mató así, de la nada, con un arma que se retorcía y mordía a quien tanto amaba, quizá precisamente fue por eso. Solo escribió en su libro Cárcel de mujeres algo que podría servir de explicación, de motivo, de coartada: “En vez de aniquilarme, ¡lo hice morir!”.
Recientemente, otra mujer toma el lugar de estas dos escritoras y es Mercedes Arévalo (Elisa Zulueta, Chile, 1981), una secretaria judicial que sigue y registra el caso de Carolina Geel en la película El lugar de la otra (2024), realizada por la directora de chilena Maite Alberdi (1983). La película sigue la historia del caso y escándalo amoroso de Geel en el Hotel Crillón y Mercedes es la testigo, la detective, la agente que se mete, literalmente en los zapatos, vestidos, lápiz labial, libros y departamento de soltera de la escritora mientras ésta pasa unos meses en la cárcel. Mercedes es una ama de casa, con su esposo y dos hijos que la tratan como su sirvienta personal. Cuando el caso de los “Disparos en el Crillón” cae en el despacho del juez del que es secretaria, le dan las llaves de la casa de la escritora, un departamento moderno, luminoso, lleno de libros y plantas, sobretodo, silencioso. Mercedes pasa allí muchas horas “descansando” del ruido y del rol que le ha tocado vivir como mujer casada de clase media-baja de los años cincuenta, poquito antes de que estalle la revolución sexual, el movimiento de contracultura.
Por primera vez, Mercedes se mira, se compara, se imagina para sí una vida lejos de la opresión y los ojos anhelantes e inquisitivos del marido, la familia, los jefes, la sociedad. Frente al espejo de Carolina Geel, se saca fotos con la cámara que le dejó su padre. Se mira en el espejo del departamento de una extravagante y rica mujer. Se imagina una vida nueva para ella, una vida luminosa, culta y libre. Se antoja una mejor vida como se antojan las embarazadas cosas impensadas, frutas que nunca probaron.
En La amortajada, la protagonista tiene “deseos absurdos y frívolos” que la “asediaban de golpe, sin razón y tan furiosamente, que se trocaban en angustiosa necesidad” y uno de esos días se le antojaron “fresas muy heladas, rojas, muy rojas; que supieran también un poco a frambuesa”. “¿Dónde había comido yo fresas así?”, se pregunta, esas fresas tan precisas, tan bien descritas como si alguna vez las hubiera probado de verdad, se da cuenta entonces que vienen de un cuento y copia la cita literaria: “… La niña salió entonces al jardín y se puso a barrer la nieve. Poco a poco, la escoba empezó a descubrir una gran cantidad de fresas perfumadas y maduras que gozosa llevó a la madrastra… “.
Así, la película funciona como una “cita literaria” y homenaje a la vez. La cita, textual o directa, es la inclusión legítima —ya que hablamos de crímenes— de un fragmento del texto de otro autor, dentro de un texto de nuestra autoría. En la película se habla de esta cita de la vida, o más bien la muerte, que hace la escritora María Carolina Geel de Bombal, es “tan directa que incluso le va a copiar a la Bombal el desenlace. O sea, el indulto”, le explica el poeta a Mercedes. La película mira lo que popularmente se conoce como una “cita literaria” que hiciera Geel de Bombal en la vida real, con acciones, con carne y hueso; con sangre. El lugar de la otra va de eso, de citar la vida.
La intensidad de estas vidas, pasiones y escrituras femeninas son retratadas con el ojo y mirada de la cineasta Alberdi. Una mirada entrenada en la hechura de sus documentales previos Los niños, El agente topo y La memoria infinita, donde se puede apreciar el talento de esta realizadora al capturar detalladamente y con tomas delicadas las vidas diarias de sus protagonistas.
El documental también resulta una “cita” o una “auto-cita” en la película, cuando Mercedes va a sacar fotos de la celda de la prisionera Carolina Geel y termina sacando retratos a las demás prisioneras con sus dramas y dolores marcados en sus rostros. Este gesto cinematográfico termina imponiéndose en la idea de que cada persona busca su propia libertad y que, como el arte, esa libertad viene de mirarse, inspirarse y reconocerse en la piel, en las ideas, en las acciones, en las formas, en los ojos, en el lugar del otro. Citar al otro es reconocer su papel en la vida de uno mismo. Citar en el arte es reconocer que la creación es un acto compartido.