¿El infierno son los otros? Sartre en tiempos de coronavirus, a 40 años de su muerte
Fue símbolo de una época y notable polemista, pero los filósofos debaten si su obra sigue vigente. Repaso por el legado de un intelectual de izquierda. Su relación “poliamorosa” con Simone de Beauvoir y el recuerdo del encuentro con el Che Guevara.
El 15 de abril de 1980, Jean-Paul Sartre moría en París de un edema pulmonar. Tenía 75 años. Cuatro días más tarde, miles de personas acompañaron el cortejo fúnebre desde el hospital Broussais, donde estaba internado, hasta el cementerio de Montparnasse, donde su cuerpo permaneció pocos días hasta que fue incinerado. Hay fotos en blanco y negro que registran este episodio –el de la multitud en las calles– y lo que se ve en ellas es una avenida colmada de personas por la cual avanza lentamente un gran vehículo que, se deduce, es fúnebre por la gran corona de rosas, lirios y gladiolos que lleva en su techo.
Cuentan las crónicas de la época que la marea se extendía por al menos tres kilómetros; que Simone de Beauvoir, su pareja de toda la vida, viajaba en otro coche que iba por detrás y que luego en el cementerio se desvaneció y tuvo que permanecer internada las siguientes dos semanas. Cuentan también que los hombres llevaban a los niños sentados sobre sus hombros, que algunos otros esparcían en voz baja conceptos aprendidos del gran filósofo y que otros tenían doblado bajo el brazo un ejemplar de Libération, el diario que el propio Sartre fundó en 1973 y que aún hoy se sigue editando. También cuentan que era un día nublado.
Fue la última vez que en Francia una multitud humana –hablan de 15.000, de 20.000 y de hasta 50.000 personas– acompañó los restos mortales de un intelectual. De eso hace ya 40 años.
Jean-Paul Charles Aymard Sartre, más conocido como Jean-Paul Sartre, nació en París un 21 de junio de 1905 y en su vida fue varias cosas: escritor, novelista, dramaturgo, crítico literario y filósofo, referente fundacional e indiscutido del existencialismo y del marxismo humanista. También fue conscripto en el ejército durante los años 30; meteorólogo del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y prisionero de los nazis. Y esta prisión lo inspiraría a escribir su obra cumbre, El ser y la nada, publicada en 1943, donde vuelca, entre otras, sus ideas sobre la libertad.
Participó en las movilizaciones de Mayo del ’68; simpatizó con el comunismo aunque criticó fuertemente al estalinismo; estudió en las distinguidas escuelas parisinas Henri IV y la École Normale Supérieure –donde conoció a Simone de Beauvoir en 1929– y, hasta rechazó por carta el Premio Nobel de Literatura en 1964 por considerar que los vínculos entre el hombre y la cultura no debían ser mediados ni reconocidos por institución alguna: aceptar habría implicado perder su identidad de filósofo. En ese momento, era el décimo escritor francés en ser reconocido por la Academia Sueca.
Fue amigo de Albert Camus, pero la aceptación de Sartre del uso de la violencia como parte de la resistencia contra el orden burgués haría que el autor de El extranjero tomara distancia.
El corazón de su filosofía es el existencialismo, la idea de que, antes que nada, el ser humano existe, no viene predeterminado, sino que es responsable de su existencia y como tal de sus acciones, de sus decisiones, de sus conductas. “La existencia precede la esencia” es uno de sus postulados filosóficos, así como también cobraron celebridad frases como “El hombre se hace a sí mismo”, “El infierno son los otros” y “El ser humano está condenado a ser libre”.
“Sartre –explica el filósofo y docente Esteban Ierardo– es un filósofo que intenta enfrentar al hombre con la responsabilidad moral, para que el hombre se autodetermine, que sea dueño de sí mismo y para que eluda cualquier tipo de imposición exterior que le determine a pensar o a ser de una forma. Si nos obligan a ser, en el fondo no somos”.
Sartre y Camus, ambos exponentes del existencialismo, en el suelo, rodeados por Jacques Lacan, Pablo Picasso, Simone de Beauvoir, Michel Leiris y Brassaï, entre otros. Sartre y Camus se conocieron en el estreno teatral de “Las moscas”, en 1943, en París, durante la ocupación alemana. Sartre fue favorable a la incorporación de la violencia como parte de la resistencia contra el orden burgués y la deshumanización, cosa que no compartió Camus. Una polémica diferencia que los llevó a la separación.
En tiempos de pandemia y encierro, ¿sus ideas tienen alguna vigencia?
Es su idea de libertad la que a su manera sigue vigente en épocas de pandemia y encierro por coronavirus. Así lo explica la filósofa Esther Díaz: “Una de sus ideas es que estamos condenados a ser libres en cualquier circunstancia, aún presos, porque tenemos pensamiento, porque podemos elegir. La idea es que en una situación de pandemia y cuarentena, también somos libres. De hecho, hay gente que transgrede la cuarentena. Tiene la libertad de hacerlo. La pueden meter presa, pero incluso presa tiene posibilidades: pedir un habeas corpus, hacer huelga de hambre, molestar a los guardias. Entonces, encerrada en mi casa por la cuarentena, puedo hacer lo que quiera puertas adentro. Y hasta puedo salir si quiero”.
O en palabras del filósofo Tomás Abraham: “No hay una sola actitud ante una situación, podemos elegir”.
Para Esteban Ierardo, lo que Sartre decía se resignifica en este contexto: “Sartre hablaba de la nada como una ausencia previa de sentido. Ese efecto de nada quizás ahora lo representa la situación inesperada, imprevisible, de la pandemia, en cuanto que introduce una nueva nada, una suspensión del sentido respecto al quiebre de nuestra vida conocida”.
Y sigue: “Frente a esta nada que nos ofrece la situación de encierro, es un desafío para que el hombre llene con un nuevo sentido que le permita reafirmarse a partir de su libertad, a la cual según Sartre estamos condenados. Aún cuando aparentemente el hombre no elige, está eligiendo no elegir, por lo tanto nunca está la posibilidad de que nuestra acción no esté dada por la libertad
En cambio, el filósofo Luis Diego Fernández no ve vigencia alguna de las ideas de Sartre en esta actualidad: “Lo único que probablemente me lleve a las cuestiones sartreanas es esta idea del encierro que asocio a la angustia, o sea, algo que no está bueno. En la obra de Sartre hay un vínculo con la angustia, con un clima existencialista. Y el clima existencialista y la angustia se llevan bastante bien con el encierro, pero en un mal sentido”.
Para Fernández, la filosofía sartreana se ha vuelto obsoleta: “Considero que el aporte filosófico de Sartre en la actualidad se ha visto relativizado y debilitado tanto en la academia como fuera de ella. El tiempo colocó a Sartre como una figura demasiada hija de su tiempo, por tanto, su obsolescencia se hizo evidente”.
Con postulados filosóficos que han estado en la primera fila del pensamiento occidental del siglo XX durante décadas, Sartre también cosechó discípulos en suelo argentino.
“Sin embargo –piensa Fernández–, en las últimas dos décadas su pensamiento ha desaparecido notablemente, quizá producto de una concepción antropológica anticuada y de un modelo voltaireano que concibe al intelectual como portavoz de verdades universales que hoy resulta entre naive y absurdo, así como pretencioso y narcisista. En tiempos donde la subjetividad es plástica el modelo sartreano quedó a años luz, al igual que su construcción del rol de un intelectual. Nadie comprende así a un pensador en el siglo XXI”.
“El infierno son los otros”
En tiempos de pandemia y encierro por coronavirus, de obligatoriedad de uso de barbijos, de personas que maltratan a los médicos con los que comparten edificio, ¿se actualiza aquel postulado sartreano de que “el infierno son los otros”? ¿O el infierno es el coronavirus?
“Si antes los otros con su mirada que nos interpela nos podían desestabilizar, ahora esa otredad que nos amenaza, que nos acosa –reflexiona Ierardo– no es la mirada de otro, sino aquello que es imprevisible, inesperado, es el virus”.
Y suma: “Por lo tanto ahora ‘el infierno son los otros’ es esa situación del mundo biológico inmanejable que no comprendemos, que no dominamos, donde surgen nuevos virus, con capacidad para desestabilizarnos y para cuestionar nuestra visión cotidiana y nuestro proyecto de mundo”.
Un antes y un después de El ser y la nada
Además de escribir obras filosóficas, como El ser y la nada – “Un libro de filosofía que combina talento literario con una imaginación teórica aplicada a elaborar un nuevo concepto de libertad”, según Abraham– y Crítica de la razón dialéctica, Sartre es autor de la célebre novela La náusea (de 1938), de varias obras de teatro, como Las moscas, A puerta cerrada y Muertos sin sepultura, autobiográficos, como Las palabras, sobre su infancia y niñez, y de crítica literaria, como El idiota de la familia.
En 1973 y al calor del Mayo Francés del 68, fue uno de los fundadores del periódico Libération –Libé, así le dicen–, un diario con un posicionamiento político de izquierda, sin publicidad y sin jerarquías adentro de la redacción. Sartre abandonó su dirección un año más tarde. El diario, con sus vaivenes y cambios, aún hoy se sigue editando y ocupando el lugar de prensa progresista.
Antes de este periódico, en 1945, había fundado junto a Simone de Beauvoir y a Maurice Merleau-Ponty la revista Tiempos modernos, de contenido literario, político y filosófico, que atravesó desde entonces diversas etapas y directores y siguió publicándose hasta mediados de 2018, cuando murió el cineasta Claude Lanzmann, quien a su vez había sido pareja de Simone.
“Sartre brilló durante 40 años, desde 1940, cuando explotó con El ser y la nada, hasta 1980, cuando murió. Era el pope de la filosofía occidental, la palabra de Sartre era sagrada. Es la figura del intelectual comprometido, de izquierda, militante. Pero a nivel de la filosofía se rescata, aunque ya pasó de moda, fundamentalmente El ser y la nada, porque toda su literatura, que es bellísima, está envejecida, como la filosofía de la conciencia”, señala Esther Díaz y dice que, si hoy mirara una foto de los filósofos del siglo XX, Sartre estaría en una segunda fila a la sombra de Husserl y Heidegger.
Encuentro con el Che Guevara
Por sus ideas de izquierda, Sartre se cruzó en la vida de un argentino. O un argentino en la de él. En 1960, poco tiempo después de la Revolución Cubana, Sartre y De Beauvoir viajaron a La Habana, donde tuvieron un encuentro con el Che Guevara a una hora poco habitual para las reuniones: a la medianoche. Hay una foto del fotógrafo cubano Alberto Korda en que se ve al Che prendiéndole un habano a Sartre, que era fumador. “El comandante Ernesto Guevara es considerado hombre de gran cultura y ello se advierte: no se necesita mucho tiempo para comprender que detrás de cada frase suya hay una reserva en oro”, dijo el intelectual francés en aquel momento.
Un poliamoroso
Sartre, que medía 1,53 metro, fumaba y tenía un pronunciado estrabismo en un ojo fruto de una enfermedad de su infancia, mantuvo con la filósofa Simone de Beauvoir –exponente del feminismo y de las luchas por la igualdad de derechos de las mujeres– una relación que hoy sería inmediatamente definida como poliamorosa: no tenían exclusividad en la pareja, sino que ambos mantenían otras relaciones sentimentales.
Nunca se casaron, pero la pareja se convirtió en una de las más admiradas y menos convencionales del siglo XX. Eran reconocidos y celebrados como hoy se glorifica a una estrella del fútbol o del rock. El filósofo acuñó los conceptos de “amor necesario” (el que permanece) y “amor contingente” (los ocasionales): ellos ponían en práctica ambos conceptos y se reservaban el “amor necesario” para su propio tándem, del de Sartre-De Beauvoir.
Simone de Beauvoir, la gran pionera del poliamor
La de ellos fue no sólo una historia de amor –con sus altibajos, con sus desamores–, sino también de mutua colaboración intelectual y su vínculo se extendió por más de medio siglo. Sartre no publicaba sus libros sin la exigente mirada previa de Simone de Beauvoir, quien los leía en duros términos, como una profesora más que severa, a lo que el filósofo solía responderle “Te odio, Castor”, por la similitud fonética entre el apellido de De Beauvoir y la palabra “castor” en inglés: beaver. Aunque con seis años de diferencia, fallecieron casi en la misma fecha: él, un 15 de abril de 1980, a los 74 años; ella, un 14 de abril de 1986, a los 78. Porque sus restos descansan juntos en un mismo sepulcro en el cementerio de Montparnasse, en París, podría decirse que la conexión entre ellos, en realidad, continúa aún hoy después de la muerte.
Texto: Paula Conde, Clarín